Mariana Tellería abre su rito secreto en Venecia
Siete esculturas de cinco metros de alto, hechas con tela, muebles partidos, autopartes y un alto tronco que las sostiene, crean un clima de teatralidad religiosa.
Fuente: Clarín.com Matilde Sánchez 08/05/2019 -
Escenografía para una ópera punk, ceremonia secreta con autopartes cartoneadas, un bazar posindustrial donde, a pesar de todo, se celebran el desguace y ensamblado, el tacto del tul y la teatralidad. Con esta profusión –degradada y aún así, suntuosa– se puede empezar a sintetizar El nombre de un país, de Mariana Tellería. Su obra, ambiciosa y audaz, se compone de siete esculturas de cinco metros, construidas en torno de un grueso tronco que sostiene fragmentos de materiales tan heterogéneos como muebles partidos, metros de vinilo plegados (un vestido de española, el hábito de una monja, un traje de novia), cromados de diversa procedencia, desde la trompa de un Audi al que se le injertó un lateral mestizo hasta decenas de tasas de coche y lo que la artista llama, en pleno conocimiento de un rubro ignoto, la “tapicería carrocera”, de asientos de micros. Las estaciones litúrgicas de Tellería no se proponen un sacrilegio. Hacen pensar, mejor, en ese estilo que Roland Barthes llamó “barroco fúnebre”.Al final del martes, pocas horas antes de que se inaugurara el Pabellón Argentino del Arsenal, pudimos recorrer El nombre de un país, la exposición de la artista rosarina que, junto con la curadora de la muestra Florencia Battiti, fue elegida entre decenas de proyectos que respondieron al llamado abierto de la Cancillería, en el primer concurso abierto realizado en el país. Tuvo un jurado de notables, con la participación de observadores del ámbito del arte, y llevó a un largo cabildeo final. El director de Asuntos Culturales de la Cancillería, Sergio Baur, un conocedor del campo del arte, observó: “Un dato que el jurado tuvo muy en cuenta fue el hecho de que Tellería llegara con un proyecto muy acabado. La obra está muy cerca de lo que ella presentó. Yo le digo que es realmente una ingeniera. Además, nos pareció muy interesante que todo el equipo de producción fuera en su mayoría de otra ciudad. Queremos que esta participación en la Biennale toque a muchos y se traduzca en experiencia internacional”. En cuanto a descubrir el nombre de un país, es ambigua, o no dio con él. ¿Será lo que queda de la plata original, en la palabra argentum?
El conjunto evoca los monstruos y collages del gran rosarino Antonio Berni. Pero lo que en Juanito Laguna era una esquina “villera” aquí se ha convertido en un patrón normal. Se hace con lo que hay, en la rasgadura hay un encaje antiguo. Las cruces y unos nichos de santo en lo alto, entre otros detalles, clasificarían esta obra como anticlerical, lo cual ella acepta, pero eso no impide el regodeo en el ritual, que quizá ella conjuga también con la cultura de masas y los íconos populares. Puede que este ritual transcurra en un boliche y que los pliegues, primer paso del barroco, sean el nombre del disfraz. Tellería es atea; “pero aunque me guste mucho León Ferrari, no comparto todas sus ideas. La religión, la creencia, me producen fascinación”. En 2007 Ferrari ganó el León de Venecia.
Un detalle delicioso: por esas simetrías del azar, el Pabellón Argentino es lindero con el Pabellón del Vaticano; este año fue alquilado a Arabia Saudita. Parte de la religión, cantaba Charly García. Allí está el logo de la artista, a la manera de Vuitton, Cartier o Prada, que tienen opulentas fundaciones de arte, las cruces hechas con marcos dorados de cuadros, los respaldos de camas invertidos, el símbolo de la paz, en mariposa, que nos confronta con Dolce&Gabbana.
Cuenta la curadora Florencia Battiti: “Mariana ha querido compendiar sus operaciones formales y conceptuales más significativas de los diez últimos años; las puso a trabajar en un proyecto a gran escala. Quien conoce su obra va a reconocerla de inmediato, aunque en un formato completamente nuevo. Esto está concebido deliberadamente. Como si hubiera estado tamizando su propia obra, ella trabaja mucho con su propio archivo”.
En su obra es habitual que un objeto pueda deconstruirse y disparar el sentido, como la cama matrimonial recientemente expuesta en arteBA, que al partirse al medio mutaba en mortero antitanque. Esta suerte de teatro con monstruos –una misa negra– transcurre en una penumbra a la que los ojos se acostumbran, iluminada por los faros encendidos en las mismas esculturas (“solo quise usar óptica de coches, no usamos ninguna iluminación de museo. Y como en la ruta, a veces te encandila el auto que viene de frente”). El espacio supo ser una nave industrial, es angosto. Le agregó cinco columnas, dinteles y una pared al fondo de espejos, de manera que al recorrerla hay otro montaje personal cambiante, porque las columnas no solo repiten la luz, sino que recompaginan bandas de cada pieza para crear un laberinto vertical. Las esculturas reflejadas, que en los espejos se repiten, recrean el ambiente de un oficio secreto.
Y pueden tocarse. Todo tiene volumen y llama al tacto, ese es otro festín. Algunas de las piezas son monstruas –habrá que acuñar la palabra… Hay una “de novia” pero inevitablemente está manchada; otra lleva paños con el logo, el mismo que por azar ella descubrió en la Virgen de la Medalla Milagrosa. Las telas tienen alguna sutil incrustación de la parafernalia porno, argollas de metal, cadenitas de bisutería. “Pero siempre hay que mirar en lo alto –agrega Battiti–. Como en las iglesias”.
Otra sorpresa fue encontrar en el equipo de realización a otro “bienalista” rosarino, Adrián Villar Rojas, quien no hace más que corresponderle. Tellería también participó del equipo de Villar Rojas cuando él representó a Argentina con El asesino de tu herencia, en 2011. Despacharon casi dos toneladas de materiales desde Rosario, incluida la chatarra automotriz. Solo en tela fueron 500 kilos, pintados en su taller. Junto con la búsqueda de materiales, queda documentado en un libro de artista.
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