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La sabiduría antigua de Nicanor Parra

Fue un gran personaje, un poeta diferente, un actor excepcional, un inventor permanente de sí mismo

 

FUENTE: ABC / Por Jorge Edwards (24/01/2018)

 

Los antipoemas de Nicanor Parra son una relectura de la poesía de su tiempo, una revisión crítica, una antítesis. En su juventud, Parra escribió poemas líricos, nostálgicos, de ambiente provinciano, a la manera de un Juan Ramón Jiménez o del Neruda de «Crepusculario». La antipoesía, descubrimiento de sus años maduros, fue el antibarroco, el anti Góngora, lo anti torrencial y anti telúrico. Parra estudió física y matemáticas en Inglaterra y adquirió el amor a la concisión, a la intuición breve y abstracta, a las epifanías. Su antipoesía fue la consecuencia de una saturación y de un descubrimiento. Vicente Huidobro, algo mayor que él, se reía de los poetas de pecho caliente. Parra se salió de ese lote y empezó a dar señas de identidad. «Aquí estoy yo», dijo, “sin raíces, sin naufragios, sin lloriqueos. ¡Con una risa descomunal!”

 

En una etapa, con ayuda de su hermana Violeta, descubrió la gracia popular, la de los cantos a lo humano y a lo divino. Fue una de sus aperturas vitales. La de «La cueca larga». La otra consistió en buscar el objeto poético y antipoético. Una plancha antigua, de hierro carcomido, mohoso, echando humo por los costados, con un subtítulo en su caligrafía inimitable: «Revolución industrial».

 

Al final de su vida se encerró en Las Cruces, pueblo de la costa central de Chile, con vista al mar desde la altura y con largos inviernos de niebla densa. Visitarlo ahí era una aventura permanente. Era pasar por el verso blanco de Shakespeare en traducción parriana o por las coplas bíblicas de don Emilio Lobo, poeta popular, y su guitarrón.

 

Para terminar de conocer a Nicanor Parra, había que verlo con sus seguidores jóvenes, en un teatro, en una carpa de circo, en una playa. Era un espectáculo único, en algún aspecto campesino y arcaico, en otro, de vanguardia. Fue un gran personaje, un poeta diferente, un actor excepcional, un inventor permanente de sí mismo. Se inventaba, se reinventaba, y de repente, para sorpresa general, regresaba al pasado: a los trenes del sur, a las clases de liceo, a los profesores de aritmética. En las conversaciones con los jóvenes era socarrón, sorprendente, desconcertante. Tenía algo que se podría definir como sabiduría antigua.