Vivir desconectado es el nuevo lujo
Evgeny Morozov alerta sobre los daños que provoca el uso de redes tanto en la intimidad como en la salud.
FUENTE: Revista Ñ / Por Rafaella de Santis (14/10/2017)
Estar fuera de cuadro, tener que renunciar a Internet, no estar conectados figura entre los mayores temores de nuestros días. El wi-fi libre se ha convertido en el salvoconducto para un día feliz. Pero quizá el verdadero lujo ya no sea navegar por todos lados, sino desconectarse, abandonar la red. Esta es la tesis con la que Evgeny Morozov, politólogo y periodista bielorruso de treinta y tres años que escribe desde hace tiempo sobre los nuevos medios, llegó al Festival de la Comunicación (dirigido por Rosangela Bonsignorio y Danco Singer), en Camogli, Italia, hace algunos días.
Morozov vive en Estados Unidos, donde está terminando un doctorado en Harvard, pero la “fábula de Silicon Valley”, como él la llama, no lo convence. Sin embargo, sus anteojitos a la Steve Jobs podrían inducir a error. No es el único en Camogli en lanzar algunos golpes contra el optimismo dominante. Ayer subió al palco el periodista y ensayista Federico Rampini y desafió al también periodista y escritor Luca de Biase en un match dedicado al predominio de Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft. Mientras, el director del diario italiano La Repubblica Mario Calabresi explicó cómo los algoritmos y la inteligencia artificial están cambiando el mundo de los diarios. El público respondió en gran número, atestando las plazas y los balcones que dan al mar.
–Morozov, ¿no le parece singular venir a un festival de comunicación a hablar del lujo de renunciar a Internet?
–(Ríe) Mi análisis arranca hace mucho, en los años noventa, y procura entender qué ha cambiado desde entonces a hoy. Miremos los hechos. Hoy las únicas personas que pueden concederse el lujo de prescindir de Internet son los ricos; solo ellos pueden disponer de smartphones que custodien su privacidad o de alguien que haga por ellos las investigaciones o se ocupe de sus tuits. Esta es la nueva grieta digital entre ricos y pobres.
–¿Se trata de una cuestión de tiempo libre?
–No solo de tiempo. La hiperconectividad crea dependencia, adicción. Está hecha para eso. Las nuevas plataformas, como Google y Facebook, han sido estudiadas para atraer. Se asemejan a las máquinas tragamonedas de Las Vegas, llenas de lucecitas de colores y proyectadas con un diseño fantástico. Su finalidad es hacernos apostar dinero, pero lo enmascaran bien.
–Sin embargo, Internet es gratis y está revolucionando el modo de acceder al conocimiento.
–Aquí llegamos al punto, al nudo de la cuestión. En realidad, mientras nos aseguran un acceso libre, Google y Facebook se apoderan de nuestros datos, registran nuestros gustos a través de nuestras costumbres en la red, a través de los sitios que visitamos y de nuestros likes. Estos datos les interesan a los anunciantes, son ellos los que pagan por nosotros, en tanto que en sus manos nosotros pasamos a ser cobayos “targetizados”, reducidos a algoritmos.
–¿Cuáles serán las consecuencias? –Daños colectivos y costos para la sociedad. Las primeras consecuencias ya son visibles. En Estados Unidos y en Corea del Sur ya existen centros de rehabilitación a los cuales los jóvenes que abusan de Facebook pueden ir a desintoxicarse, a curar desórdenes psiquiátricos debidos a la hiperconectividad.
–¿Es una recaída social?
–Económica seguramente. No olvidemos que con nuestros clicks alimentamos el negocio de un grupo de grandes empresas privadas, que cotizan en bolsa. Empresas que han visto crecer sus cotizaciones incluso durante la crisis económica.
–¿La cultura underground que alimentó las utopías de Silicon Valley en California no lo convence, por lo tanto?
–Creo que hay una nueva forma de noblesse oblige que cree tener una misión, resolver la pobreza del mundo, llevar la cultura a todas partes, pero no es así. O, mejor dicho, no es solo ese el punto.
–Admitirá no obstante que hoy una persona desfavorecida, que no tiene los medios para viajar o estudiar cuenta con muchas ventajas. Puede acceder a un patrimonio de conocimientos inaccesible en otras épocas.
–Todo eso es positivo. No querría ser malinterpretado. De hecho, no estoy en contra de la tecnología. La utilizo, entro en las redes sociales. Pero debemos saber que están sirviéndose de nuestros datos para vender sus productos. Haría falta crear un sistema legal para poner a disposición de los ciudadanos esos datos. Dado que existen, al menos que pertenezcan a la sociedad y no solo a plataformas privadas que alimentan un volumen de negocios enorme y que especulan.