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"En medio del caos, el único madero al que abrazarse es el método"

Leila Guerriero, autora indispensable entre los maestros de la crónica en lengua castellana, es además una entrevistadora de mirada aguda y extrema sensibilidad; en 2010 obtuvo el premio concedido por la Fundación Nuevo Periodismo

 

FUENTE: La Nación / Por  Hugo Alconada Mon  (10/07/2018)

 

"Están las entrevistas literarias y están las entrevistas de Leila Guerriero. Son conversaciones pacientes y voraces, dictámenes que son retratos y que parecen esculturas de aire, de hielo o de fuego. Mientras las hace, ella es la mujer que no está ahí. Desaparece". El retrato es de Juan Cruz, uno de los autores más respetados del diario El País, uno de los medios donde Guerriero (Junín, 1967) vuelca sus textos todas las semanas. Autora de referencia de la crónica hispanoamericana, sus mejores trabajos han sido reunidos en libros como Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños o Plano americano. En 2010 ganó el premio concedido por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano por su trabajo "El rastro en los huesos", sobre los días de la dictadura militar. Dueña de una sensibilidad exquisita, una mirada penetrante y un sentido excepcional de la forma, ha publicado sus trabajos en los medios más prestigiosos en lengua castellana y fue miembro de la Redacción de LA NACION. Alguna vez ha dicho que escribe porque si no lo hace empiezan a aparecer en su cuerpo síntomas de un profundo malestar. Retomar aquella respuesta es un buen modo de empezar.

 

P -¿Por qué escribís?

 

R -Mirá, Fogwill tenía una respuesta para eso que era genial: decía que era más fácil escribir que evitar la sensación de sinsentido que produce no hacerlo. Yo creo que un poco es por eso. Cuando no escribo me siento física y anímicamente muy mal. Pero, por supuesto, esto no es un camino de autoayuda ni psicoanálisis a través de la escritura. Creo que escribo para intentar poner algo de orden dentro de mí, a un mundo que me resulta sumamente difícil de comprender, caótico, y que solo puedo aprender o comprender un poco mejor cuando lo escribo. Solo entiendo que quiero pensar acerca de algunas cosas cuando las escribo.

 

P -En ese momento de epifanía, ¿cuánto tiempo te puede insumir el armado?

 

R -En una columna, que sale de manera caudalosa o fluida, el texto en sí, montarlo y procesarlo, unas cinco o seis horas. O más. O sea, cinco o seis horas, y después puedo estar trabajando ese texto dos o tres días. Cuando se me abren los cielos, puedo estar cinco o seis días trabajando. Cierro el texto y vuelvo, lo cierro y vuelvo, muchas veces. Condensar un pensamiento... Las columnas a veces sirven como pequeños ensayitos. Dejarlo, a mi criterio, sin flancos débiles o sin expresiones maliciosas, o porque quiero meter la realidad en mi argumento, es difícil; es poco espacio, son solo 21 líneas. 

 

P -¿Sentís que es más tortuoso escribir textos acotados que una crónica?

 

R -Me acostumbré al espacio acotado. Ahora, cuando uno aborda ciertos temas, tiene que medir el tamaño de su ambición. Hace tiempo que estoy tratando de escribir una columna sobre Venezuela, y resulta que es un tema muy complicado. Siento que el espacio corto me queda corto. Como latinoamericana que ocupa un espacio en un lugar como este, a mí sí me interesa dar una visión. Por eso estoy tratando de darle la vuelta. Es algo tan bipolar, pero no quiero caer en esa instancia. Te diría que, para estas columnas tan escuetas, encontré el tamaño ideal. Si tuvieras que leer esto en diez páginas, creo que terminás harto. Es como comerte un poquito de una torta de dulce de leche y luego comerte la torta entera. Lo que me cuesta más es el tamaño intermedio.

 

P -¿A qué te referís?

 

R -15.000 caracteres.

 

P -15.000 caracteres es un texto habitual del suplemento Ideas de LA NACION.

 

R -Sí, unas seis páginas de Word.

 

P -¿En Times New Roman?

 

R -Siempre Times New Roman, tamaño 12.

 

P -¿Por qué 12?

 

R -Y el zoom en 100%.

 

P -A esta entrevista llegaste con grabador, anotador y un mouse

 

R -Me incomoda muchísimo el mouse de la computadora. Escribo rapidísimo, con los diez dedos, y soy muy impaciente; entonces, al momento de escribir tengo que viajar rápidamente al lugar. Voy con el mouse a todos lados, cuando voy de viaje, estúpidamente voy con mi mouse. Y traigo este grabador de periodista porque, básicamente, no soy nada sin mi grabador. Yo desgrabo desde el mismo aparato, muy rápido. Tengo un archivo superorganizado; mi computadora no es un caos; cada medio tiene su carpeta, a cada medio le doy una carpeta y mil subcarpetas con cada nota; hay archivo de audios, fotos, etcétera. Desgrabo muy rápido, y el grabador me permite... El programa de computadora es mucho menos asertivo. En el grabador podés atrasar, adelantar...

 

P -Si estás por la calle y no podes escribir, ¿lo grabás?

 

R -La verdad es que esas libretas muy clásicas, muy de almacenero... Ahora uso las que regalan las editoriales. Y uso lapiceras de hotel. Soy superfetichista con las lapiceras.

 

P -Hay dos o tres papelitos amarillos, post-its .

 

R -Porque sobre todo en el proceso final vuelvo sobre el material grabado, que a veces son mil páginas. Ahora estoy escribiendo un libro de 1000 páginas. Cuando termino de escribir todo, yo reviso el material. No todo, no las 1000 páginas, pero como lo tengo ya domado, y hay información que me ha resultado relevante, reviso todo en plan de ver que no se me haya escapado nada. Digamos, información que ahora, en el marco final, no pueda resignificar y tener otro sentido. En otros casos, como es un material sumamente inmanejable, marco lugares adonde quiero volver para ver si es pertinente introducir escenas o diálogos que, a veces, son diálogos que hacen a por qué desgrabo todo. Desgrabo todo porque quiero recordar un gesto particular, la forma en que me miró a los ojos, y eso quizá no se graba en la grabadora, y todo eso lo desgrabo. A veces, al hacer esto, un pequeño diálogo al que no le presté atención (un "hola, cómo te va, te hice una torta de manzanas") me hace de transición climática, tal vez me revela un costado más cotidiano del entrevistado. Me permite construir una circunstancia narrativa más rica de lo que tengo. Hay algunos que dibujan, que hacen croquis del lugar.

 

P -¿Cómo seleccionás los temas a los que vas a dedicarles meses de trabajo? Vos escribiste que los cronistas tienen una tendencia natural a ir a buscar al niño con las moscas en los ojos desnutrido en el África. Vos has buscado otros personajes, como Yiya Murano o Alberto Samid, y un personaje bailaba malambo.

 

R -Rodolfo González Alcántara.

 

P -¿Cómo definís que eso vale tu tiempo?

 

R -No lo mido así, sino por el grado de curiosidad. Alguien dijo alguna vez que cuando buscamos algo que contar estamos tratando de decir algo sobre nosotros mismos, quizá no algo íntimo, sino revelar una mirada sobre el mundo. En el caso de Rodolfo, al que seguí tres años en su sueño de conseguir el premio del Festival Nacional de Malambo...

 

P -Festival que tiene una característica especial: una vez que ganás...

 

R -No podés seguir en la carrera. Lo ganaste y es como ganar el Nobel, porque es el festival más prestigioso de la Argentina y del mundo. No podés volver a competir en ningún otro festival. Tiene un sentido: no quieren que ese campeón pierda y eso vaya en demérito de la propia calidad. A mí me llamó la atención que Rodolfo era de extracción muy humilde y sin embargo iba allí a cumplir un sueño que parecía imposible. Siempre es complejo, y en especial cuando no tenés el apoyo de tu familia. A mí me interesó que era del interior, un festival muy poco conocido desde los ojos de Buenos Aires, la historia de un hombre joven esforzándose un montón, y un sueño que a todas luces es muy difícil. Para lograrlo trabajan de todo: de albañiles, en la cosecha, en el campo. Es una gente que tiene otro concepto de patria, de tradición, conceptos con los que no acuerdo necesariamente. Más allá de la anécdota, me llama la atención lo universal: el esfuerzo humano, la miseria humana, la psicopatía humana. Me interesan mucho esos márgenes en los que se manejan las enfermedades mentales o psíquicas. Una vez hice una nota sobre el Hospital Borda. Transitar un sitio de enfermos de lepra, fuera de la ciudad. Encontrar ese mundo a veces olvidado, donde hay una potencia oscura o luminosa... Es muy enorme el universo. Pero es la curiosidad lo que me mueve: me muevo a gusto en un mundo de pensadores, escritores, artistas. Es un mundo complejo.

 

P -¿Hay alguna persona a la que vos quisieras abordar, pero que necesariamente necesitás que te abran la puerta? ¿Alguna figura te queda pendiente?

 

R -Sí, me gustaría tener acceso a algunas figuras. Sabés que el acceso en estos textos es todo. No hay tantos talentosos que puedan hacer un texto sin tener acceso al personaje. Yo no tengo ese talento. Para sentir que tengo derecho a escribir sobre alguien necesito verlo muchas veces, mirarlo a los ojos. Sin eso, me da mucha inseguridad escribir. Me siento "arbitraria", si no. La escritura tiene una libertad salvaje y la escritura periodística tiene su límite. A mí me interesa mucho escribir sobre las personas con mucho poder, me interesa mucho, pero son personas de difícil acceso. Te hablo de mandatarios, empresarios que terminan definiendo los destinos mínimos de muchos de nosotros. No te podría decir una persona en particular, pero sí es un mundo que me interesa como periodista. Un mundo muy inaccesible, y si querés, tan marginal como otros mundos que acordamos que pueden ser marginales.

 

P -¿Cuál es la parte que más disfrutás de la escritura? ¿Y cuál es la que más te harta?

 

R -Vencer la inercia de estado de no escritura y empezar con la escritura es lo más difícil. El "hoy empiezo". Aunque tengas la mano aceitada, no siempre estás escribiendo un rol de entrega con la escritura. Vencer el estado achaparrado es difícil.

 

P -¿Te obligás a sentarte?

 

R -Me obligo. Trato de producir algún estado. Si se trata de una columna, si no tengo nada tan lírico, trato de decir algo sobre lo que está pasando, pero es difícil porque está muy repasado. Hay temas que me convocan: hace poco mataron a un equipo de tres periodistas ecuatorianos en la frontera con Colombia, y yo no puedo escribir de otra cosa entonces. Perdón. Pero, generalmente, me obligo mucho. Me tengo muy cortita. No soy laxa conmigo misma. Me martirizo un poco.

 

P -Solés decir que acá en Buenos Aires tenés una vida "monacal". Te sentás, con horarios...

 

R -Sí, sí. Si tengo una obligación fuera de casa, sé que no voy a poder escribir, salvo que haya empezado algo antes. El momento más desagradable de la escritura, si se trata de un texto largo, es el momento o los días -cinco o seis días- en los que estás luchando para seleccionar la información y entender qué querés escribir. Esa versión deforme, tremenda, que excede diez veces lo que podés publicar en una revista o diario, significa tomar tu papeleo y volcarlo en un documento. Es la primera explicación de lo que serán tus ejes en la historia. Eso es terrible; es terrible deambular por la casa insultando. Es un momento que se repite, y que uno lo olvida, y que parece que es la primera vez que pasa. Uno debería tener una bitácora de desastres.

 

P -¿Hay algo que no te haya explicado, pero que va en línea con el intento de explicar a Leila escribiendo?

 

R -Lo único a lo que nos podemos aferrar en el campo de la escritura es a un método. En medio del caos o la tormenta, el único madero al que uno se puede aferrar es ese. Si saliste 400 veces, vas a salir 401 veces. El método. Las preguntas que me hiciste son estupendas; quizás algunas, más impublicables, tendrían respuestas menos publicables. Hay que amasar el pan... Y que quede claro que todos hemos metido, metemos y meteremos la pata.

 

Tres claves del método para escribir

 

1 El entrevistado, el dueño de la escena

 

No hay lugar para narcisismos. Se cansa de repetir que una vez que entra en escena, no importa si es un barrio popular o la casa de alguno de sus entrevistados, ella desaparece. Lo que importa es concentrarse en la palabra de quien tiene en frente, observar los detalles en apariencia insignificantes (un leve movimiento de manos, un súbito brillo en la mirada) y volver a escuchar.

 

2 Curiosidad y compromiso

 

Es el motor de los cronistas de fuste: una curiosidad infinita. Y la pasión por los detalles. A esos atributos Guerriero les agrega el compromiso con el tema o la persona que tiene adelante. Para decirlo rápido, al autor le debe importar aquello de lo que irá a escribir. Y tiene que asumir el compromiso. "El periodista debe comprender", dice ella, "debe comprender aun cuando duela".

 

3 Organización, divino tesoro

 

No es una computadora como la del resto de los mortales. Acostumbrada a manejar grandes volúmenes de información, fruto de una exhaustiva investigación y de la producción simultánea de varios trabajos, Guerriero selecciona prolijamente sus archivos y los clasifica con obsesión.

 

Crédito Magdalena Siedlecki