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Cosmopolitas ante un mundo poco global

 En la memoria de sus colaboradores: Sylvia Molloy e Ivonne Bordelois, Juan José Sebreli y Cozarinsky, quien colaboró entre 1959 y 1974.

 

FUENTE: Revista Ñ / Por Osvaldo Aguirre (29/07/2017)

 

Fue una experiencia de juventud. Cada uno siguió después un camino diferente. Sin embargo, colaborar en la revista que dirigía Victoria Ocampo determinó sus trayectorias como escritores. La historia de Sur tiene un registro privilegiado en sus memorias. Un conjunto de miradas donde no se extinguen las pasiones que animaron las polémicas del pasado se afirma en el presente desde la ficción, el ensayo y la evocación retrospectiva, y relaciona a intelectuales tan diversos como Ivonne Bordelois, Edgardo Cozarinsky, Sylvia Molloy, Eduardo Paz Leston y Juan José Sebreli.

 

“Sur fue global antes de la globalidad, y en el buen sentido”, destaca la ensayista Ivonne Bordelois, que llegó a la revista a principios de los años 60. “Introdujo el cosmopolitismo –agrega el historiador Juan José Sebreli, colaborador entre 1952 y 1955–. Como en España estaba Franco y no se publicaba nada, la literatura inglesa y francesa se leían a través de sus páginas y de Sudamericana, en cuyo directorio también estaba Victoria Ocampo. Hoy es todo lo contrario: las traducciones se hacen en España y en menor medida en México; en Argentina prácticamente nada, a partir del populismo”.

 

El primer número de Sur apareció en enero de 1931. “He aquí mi proyecto: publicar una revista que se ocupe principalmente de problemas americanos, bajo diversos aspectos, y donde colaboren los americanos que tengan algo para decir y los europeos que se interesen por América”, le escribía Victoria Ocampo en una carta a José Ortega y Gasset. El filósofo español eligió el nombre de la revista, entre varios posibles, en una conversación telefónica sostenida con la directora, entre Buenos Aires y Madrid.

 

La revista fue mensual hasta 1952 y bimestral hasta 1970, luego semestral y finalmente de aparición esporádica hasta 1992. Difundió a escritores como William Faulkner y Jean Paul Sartre cuando apenas eran valorados en sus países y entre sus colaboradores se contaron Aldous Huxley y André Malraux. La editorial Sur, además, fue la primera en publicar en español a Virginia Woolf, D. H. Lawrence y Carl Gustav Jung, entre otros autores.

 

“Cuando se habla de Sur se piensa en la oligarquía. No había tal cosa. La cultura de la oligarquía argentina eran apenas el Teatro Colón y los museos visitados en Europa”, dice Sebreli. La revista era un espacio heterogéneo: “Había varios grupos. El núcleo de Victoria eran los extranjeros, la gente que iba y venía. Por otro lado estaban Borges, Silvina Ocampo y Bioy Casares, que colaboraban; los comunistas, con los hermanos Patricio y Estela Canto y María Rosa Oliver, y Murena también tenía sus seguidores”. Había personajes inclasificables como Tota Cuevas, comunista y con título de marquesa, vin- culada con los surrealistas franceses y corresponsal del cineasta Luis Buñuel, que si bien no escribía, influenciaba con sus opiniones a Victoria.

 

Escribir en Sur significaba una experiencia de iniciación literaria para los jóvenes. “Fue una influencia capital – destaca la narradora y ensayista Sylvia Molloy– ligada a ella entre mediados de la década de 1950 y principios de 1970. A pesar de que yo ya escribía, tímidamente, no sé si lo hubiera seguido haciendo sin el respaldo de la revista. Acababa de volver de Francia, me sentía extranjera en mi propio país. Sur me dio un lugar y una comunidad, me permitió conocer no solo a escritores consagrados sino a escritores y críticos más jóvenes con los que inicié un diálogo que duró muchos años: Enrique Pezzoni, María Luisa Bastos, Edgardo Cozarinsky, Eduardo Paz Leston, Juan José Hernández, Ivonne Bordelois. Y desde luego, Alejandra Pizarnik, que acababa de volver de Francia y entró en ese mundo”.

 

En su libro Blues, Edgardo Cozarinsky evocó su paso por la revista y la amistad con Silvina Ocampo, con quien compartía el gusto por la sexta edición del diario La Razón, los eufemismos y la truculencia de la crónica policial e inspiraciones sorprendentes: “Silvina me daba como ejemplos de economía narrativa y elipsis las volantas que seguían al título: por ejemplo, bajo ‘Masacre en un cumpleaños’ podía leerse ‘Vicente no quiso descorchar la sidra; dos muertos, siete heridos’”. Cozarinsky comenzó a colaborar con Sur en el número 261, de noviembre-diciembre de 1959, donde publicó una reseña de Guirnalda con amores, de Bioy Casares. Siguió ligado a revista y editorial, por lo menos hasta su viaje a Francia en 1974.

 

La redacción de Sur estaba en San Martín 689, en una zona de Buenos Aires de intenso tránsito intelectual, como lo recuerda Sebreli: “El primer hito de mi vida literaria fue el ambiente bohemio de los cafés de la calle Viamonte, frente a la antigua sede de la facultad de Filosofía y Letras, y algunos actos un poco escandalosos para la época. Por entonces éramos cuatro o cinco jóvenes que nos llamábamos existencialistas. Era una fama reducida a cinco cuadras de la calle Viamonte y dos de Florida, de ahí no pasaba. La segunda entrada en el mundo intelectual fue con Sur y particularmente con ‘Celeste y colorado’, un artículo que causó conmoción en la revista porque planteaba una posición distinta sobre las divisiones de la sociedad argentina”.

 

Sebreli todavía se lamenta por haber desaprovechado las oportunidades que tuvo para hablar con Ocampo y con José Bianco, secretario de redacción entre 1938 y 1961. Al segundo lo reencontró como vecino años más tarde de su desvinculación de la revista. “Enseguida nos volvimos a pelear –cuenta–. En ese momento tuve el único período que me interesaba la política más que nada, y además no sabía de política. Entonces decía cosas un poco esquemáticas y a Bianco eso le aburría profundamente. Hoy me interesaría más; me hubiera gustado sacarle más datos de la gente de su época”.

 

El secretario de redacción es un personaje insoslayable en las memorias de Sur. Sylvia Molloy rememoró su voz –“su entonación rara, trabajada, seductora”– para componer uno de los personajes de la novela El común olvido.

 

Bordelois considera que la figura de Victoria Ocampo no ha sido considerada en toda su dimensión –“tenía un instinto notable para detectar talentos y se anticipó a tratar los problemas de la mujer cuando ni siquiera se hablaba de feminismo”– y reprocha a la crítica especializada el olvido de Sur. “Fue muy desdichada la actitud de la Universidad de Buenos Aires. Las cátedras que podían ocuparse de la revista estuvieron ocupadas por gente que había trabajado en Contorno, una revista que dejó una estela importante pero no puede compararse con Sur”, afirma.

 

Las críticas a Sur registraron su indiferencia hacia Witold Gombrowicz, durante el período en que vivió en Buenos Aires, y Roberto Arlt. También el número especial con que celebró el golpe militar de 1955. Y la distancia que mantuvo ante el boom de la novela latinoamericana, aunque varios de ellos, como Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, se reconocieron como lectores de la revista.

 

“Es verdad que Sur se replegó un tanto sobre sí misma en un momento y no participó activamente en los cambios que se daban en el mundo cultural y político argentino –observa Sylvia Molloy–. Si en los 60 no supo dialogar bien con lo local, siguió operando activamente como intermediario en el diálogo de la Argentina con el mundo”. Las polémicas tuvieron también un saldo negativo, agrega Bordelois: “Desgraciadamente parte del legado de Sur se ha ido perdiendo. Hoy en los suplementos literarios se habla de lo que se publica en Nueva York, París o Roma. Lo bueno de Victoria Ocampo y de la revista es que ellos miraban a EE.UU. y Europa pero tenían también su propia voz y hablaban de igual a igual con el viejo continente”.

 

La última palabra sobre Sur está lejos de haber sido escrita. “Algún lector, presente o futuro, habrá de encontrar cosas que en su momento se nos escaparon porque estábamos demasiado cerca para verlas”, concluye Molloy.